Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
No llevo la cuenta de las veces que he tenido que responder a amigos y extraños la eterna pregunta de por qué corres tanto o soportar la gracieta de que te comparen con Forrest Gump. La verdad es que nunca he podido dar una respuesta concluyente y mucho menos repetitiva. ¿Corro porque me siento a gusto, porque lo necesito, porque pretendo vencer al envejecimiento, porque busco mis límites?. ¿O quizás simplemente, porque cada vez que me han dicho no lo hagas me han dado razones para intentarlo?. Por el contrario, sí sé por qué empecé hace ya diecisiete años, apenas doblada la esquina de los cuarenta. De repente, me dí de bruces con una foto mía en bañador, llena de michelines y con cara de torta de aceite. Por supuesto, no era algo que me hubiera ocurrido de la noche a la mañana, pero quizás ese día fui consciente de ello y sentí la necesidad de hacer algo. Mis noventa y cuatro kilos en apenas ciento setenta y tres centímetros no auguraban nada bueno para los años venideros. El primer día fue duro, apenas una vuelta resollando a un campo de fútbol acompañado de mi esposa. Pero no arrojé la toalla, al día siguiente volví y esa fue la clave. Desde ese momento, una progresión de kilómetros, retos, alegrías y algún sinsabor han ido sucediéndose en mi vida deportiva. Así diecisiete años seguidos, hasta hace apenas dos meses. He pasado prácticamente por todas las disciplinas del atletismo en ruta, cross, pista, o montaña, con excepción del salto de pértiga. Y he disfrutado de todas ellas, buscando la diversión, superarme a mí mismo, hacer amigos y aprender algo de cada una de ellas. Y por supuesto, hacer turismo dentro y fuera de España y darme un homenaje al finalizar cada reto, que no todo va a ser desgastar. Si tuviera que explicar estos años, diría que en los tres o cuatro primeros, una vez adquirí una cierta condición de base y rebajé en más de quince kilos mi peso, fui aprendiz de todo y experto de nada: combinadas, lanzamientos, saltos y un maratón al año para no dejar en solitario a aquel primer maratón que había corrido en Madrid con diecisiete años en cinco horas y veinticuatro minutos. Así, veinticinco años después fui capaz de bajar en más de dos horas y cuarto esa marca. Un “buffet libre” con unos ingredientes (mis cualidades atléticas) muy mejorables. De repente, se cruzó en mi camino la marcha atlética, hacía falta alguien para la liga de clubes y nadie se atrevía, así que dí el paso. Y me enamoró. Fueron seis años en los que disfruté desde los 5 a los 50 kilómetros marcha. Muchas alegrías y alguna descalificación que es lo que tiene la marcha. Tras ese periodo llegó el primer aviso de mi cadera, empecé a no poder marchar bien técnicamente, flexionaba en exceso con la consiguiente aparición de avisos y descalificaciones en las competiciones. Tuve que optar por entrenar mucho y arriesgarme a no acabar las competiciones o tomar la decisión de buscar otros horizontes. Afortunadamente, el atletismo mas que un deporte es un conjunto de deportes o especialidades y me podía ofrecer otras oportunidades. El problema era que después de la marcha y especialmente de los 50 kilómetros marcha, había que buscar algo que estuviera a la altura. Ahí empezaron siete maravillosos años de ultrafondo y ultratrail. Un nuevo descubrimiento que con esfuerzo, dedicación, horas de entrenamiento y disgustos y preocupaciones a la familia, me ha hecho enormemente feliz, y no por los títulos o marcas, sino por todos los retos personales que he ido planteándome y afortunadamente superando. He ido haciendo muescas hasta totalizar treinta y seis pruebas de ultrafondo, desde cuatro de veinticuatro horas hasta trece de 100 kilómetros, pasando por pruebas de 100 millas, doce horas, seis horas o ultratails como Sevilla-Doñana, Granada-Veleta, Madrid-Segovia, Canal de Castilla, Los Castillos de Mauna Loa, etc. Y en medio haciendo maratones como preparación de estas pruebas, hasta llegar a los veintitrés y sin faltar a mi cita anual con los 3.000 obstáculos o los 400 vallas en los campeonatos de aire libre y alguna incursión en el triple salto o el pentatlón veterano de pista cubierta para poner de los nervios a mi entrenador. Nuevamente muchas horas de entrenamiento robadas a mi vida familiar y compatibilizadas con mi actividad profesional en horarios imposibles, pero también muchas oportunidades de conocer gente, visitar lugares y hacer turismo con mi inseparable compañera vital, que me aguanta y soporta y que en realidad es la verdadera atleta de la familia, yo soy solo el aspirante. Confieso que en mi locura, he llegado a creerme inasequible al desaliento. He buscado ir subiendo cada vez un piñón más en mi cadena de retos y en la capacidad de tolerancia de mi familia. Siempre me ha respondido mi Cabeza, mi Corazón y mi Coraje. Tres ces que han sido mi firma en los dorsales y mi lema en estos años. Pero el destino a veces es traidor y de repente, casi de un día para otro, me ha clavado un dardo en lo mas profundo de mi pasión deportiva y que estoy viendo cómo me lo extirpo. Tenía preparado un año 2018 que iba a ser el mas exigente de mi carrera deportiva como preludio a convertirme en sesentón: 48 horas de Ceutí en primavera, campeonato del mundo de veteranos (máster se dice ahora) en Málaga en septiembre, la Desert Run en octubre y la maratón de Atenas en noviembre. Ésta última regalo de mis compañeros por mi, digamos jubilación anticipada del trabajo. Todo esto, aparte de las consabidas pruebas preparatorias como el trail del Serrucho, alguna prueba de seis horas, el maratón solidario de Toledo, un treinta kilómetros por las vías verdes y algún que otro diez mil. Ya se torció algo el año, cuando en Ceutí a las veinticuatro horas me tuvieron que llevar al hospital por las ampollas en los piés y obligarme a no continuar, mas que nada porque salí en silla de ruedas del hospital. De eso me recuperé y continué avanzando hasta el campeonato del mundo de Málaga donde hice los 3.000 obstáculos y la media maratón. La marca de la media fue mala para lo que yo venía haciendo, pero lo achaqué al calor y a la falta de recuperación después de los 3.000 obstáculos. Pero la realidad que me esperaba era bien distinta. De regreso a casa, casi no podía andar, hasta el punto de tener que irme a urgencias. Tras varias pruebas, me diagnosticaron “coxartrosis avanzada de cadera derecha con quiste paralabral” y me indicaron que mis “locuras” no podían continuar y que antes o después acabaría con una prótesis de cadera. Ahí empezaron consultas a varios médicos, buscando alguno que me diera alguna esperanza de poder seguir haciendo deporte y competir. Han pasado dos meses y tras rehabilitación, una infiltración y otros tratamientos, he mejorado algo, pero aun no puedo correr y no se ni cuándo ni cómo podré volver a hacerlo. Tengo la ilusión de llegar a poder salir y acabar, aunque sea por encima de una hora, alguna San Silvestre y así poder cerrar este año plantándole cara a la coxartrosis. De momento, sigo “activo” especialmente en agua, aquagym, aquapilates y mejorando mi natación. También he empezado a hacer ciclo training. Parece que a mi cadera el agua y la bici no le disgustan. Pero ansío el día que pueda rodar al menos media hora, objetivo exiguo si lo comparo con las veinticuatro horas. En ese momento, me plantearé si es viable mi tercera reconversión deportiva hacia el triatlón que es la salida que me ofrece algún médico ya que me permitiría seguir estando varias horas compitiendo, pero con mucho menos tiempo de carrera y especialmente de impacto en mi cadera. Y así sobrevivir hasta que definitivamente se agote mi cartílago y tenga que sustituir mi cadera por una artificial. Los corredores nos creemos que todo es correr y correr, hasta que nos sucede algo que revienta nuestra pasión. Me encuentro en fase de actualizar mi lema y añadir una cuarta C: Cadera. He estado buscando mis límites durante diecisiete años, presumiendo de no encontrarlos y fanfarroneando con que el día que los encontrase, les miraría a la cara y les diría: me habéis tirado al suelo una vez, pero me he levantado ¡y ahora qué! Pero curiosamente mi límite tenía también tiene nombre de C: Coxartrosis y me sigue mirando desafiante, preparando su siguiente gancho al mentón. Yo estoy refugiado en las cuerdas y he prohibido que arrojen la toalla en mi nombre. No sé lo que está por venir, pero sé que como apasionado corredor de ultrafondo lucharé y que llegaré a algún sitio. Si algo me han enseñado estos diecisiete años es a pelear por aquello en lo que crees y que deseas: Yo creo en mí y deseo volver a correr algo, solo me falta encontrar mi cadera perdida En el peor de los casos, ya he visto en esa fuente moderna de inagotable información que es Internet, que hay operados de cadera que han acabado pruebas de 100 kilómetros. Esto aun no se lo he dicho a mis seres queridos, no sea que les dé por meterme en un manicomio.