Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
Es realmente difícil escribir algo el día después de este tipo de pruebas. Por un lado se acumulan los recuerdos y todas las experiencias vividas en esos 86.400 segundos y por otro, todo el cansancio acumulado, efecto rebote de un organismo que se rebela por haberlo llevado al límite. 483 vueltas, o lo que es lo mismo 211 kilómetros y 683 metros, después de haber sonado la bocina de salida, se volvió a repetir el sonido, pero esta vez su significado era totalmente distinto. El primer bocinazo liberó la tensión pre-salida y abrió un montón de interrogantes: acabaré, cómo, cuántos cambios de ánimo, tendré que descansar, etc… El segundo toque, representaba algo totalmente distinto: la liberación, la adrenalina a tope, el sentir que había superado por segunda vez este reto, las ganas de abrazar a tod@s los que se ponían a tiro, en fin un completo descontrol anímico, digno de un estudio psicológico. Cuando te presentas por segunda vez a este tipo de retos personales, al menos así lo enfoco yo, ya no cuentas con el desconocimiento de lo que es, esta vez te presentas a conciencia, sabes que vas a sufrir y a la vez a disfrutar, tienes por cierto que tendrás un lunes infernal, en el que no sabrás controlar tus piernas, afrontarás cada subida o bajada de escaleras como si subieras el Tourmalet en bici, pero en el que sabrás que has hecho algo que permanecerá en tus recuerdos de por vida. Sé que muchos me llaman loco, que me pronostican lesiones futuras. Yo siempre les respondo que no hay locuras, sino planificación, disciplina y marcarte unos objetivos para los que te sientes capaz. Además, aunque este sea un deporte individual, siempre tienes detrás de ti a un equipo: un buen entrenador, buenos fisios, familia y amigos que te soportan y respetan. Gracias a este equipo, nunca te sientes solo en estas 24 horas. Cuando llegan los bajones, que doy fe de que llegan, te acuerdas de ellos y renacen las fuerzas. Si algo he aprendido en las dos ediciones ya disputadas de las 24 horas, es que el cuerpo humano es una máquina maravillosa, que solemos tener desaprovechada y que puede dar de sí bastante más de lo considerado normal. Poco más os puedo contar, en la crónica del año pasado ya detallé lo más descriptivo de estas pruebas: los kilos de plátanos, los litros de bebida isotónica y de caldo nocturno calentito, los descansos obligados a pié de urinario, que este año estaban al lado de la pista, etc… Este año me quedo con lo más intangible: el pelear desde la salida por el objetivo marcado y que he tenido en la mente desde la semana posterior a la finalización del pasado año: los 200 kilómetros. El sentir alrededor de las 10 y media, cuando aún quedaba más de una hora para acabar, que los miles de kilómetros de entrenamiento, los madrugones del fin de semana, el calzarte cada día a las ocho de la noche las zapatillas y ponerte la luz de minero para entrenar, habían tenido su pequeña recompensa. Pero un minuto después recordé que yo siempre he criticado a esos corredores que en la línea de salida dicen que les duele todo, que acaban de salir de una lesión, que no han podido entrenar; y luego, en cuanto dan la salida, ves que están más en forma que nunca. Yo siempre respondo que no me duele nada, que he entrenado como una “fiera” y que luego cada uno vale lo que vale y que lo realmente importante es poder llegar a la línea de salida primero y luego a la de llegada. Lo que ocurre entremedias es pura anécdota para los verdaderos deportistas. Tod@s los que se calzan unas zapatillas y dan lo mejor de sí en una carrera, sea de la distancia que sea y hagan la marca que hagan son unos “héroes”. Por todo ello, como es lógico hoy me siento contento, pero no soy ni más ni menos que antes, ni más ni menos que nadie. Cada carrera en cuanto acaba ya forma parte del pasado y debe ser solo una fuente de aprendizaje para los próximos retos. Hoy doy gracias por haber tenido la suerte de que las cosas hayan salido como estaban previstas y ver los gestos de alegría y satisfacción en los que me rodean. Pero se que todo esto durará lo mismo que las agujetas y se irán a formar parte del pasado por el mismo sitio. Para acabar estas pequeñas reflexiones, fruto de una mente en proceso de volver a su estado normal, solo se decir: GRACIAS.