Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
El sueño de un niño de 60 años
Una de las ventajas de mi nueva situación laboral es la de disponer de libertad para manejar mi agenda. Por eso, esta vez he podido visitar la Feria del Libro de Madrid sin los agobios de un fin de semana. Cada vez que veía a un escritor firmando libros en alguna de las casetas, se despertaba en mi interior una ilusión similar a la que experimentaba de niño, cuando se acercaban los Reyes Magos.
Por unos instantes soñaba despierto, veía mi nombre y mi figura detrás de alguno de esos mostradores repletos de libros y novelas. Tenía el bolígrafo armado, esperando que alguien me pidiera que le dedicase alguna de mis novelas. El aire frío que acompañaba a la mañana en el parque del Retiro, me devolvía a la realidad.
Me he acercado a una caseta de una organización de escritores. Al verme ojeando los carteles y hojeando la publicidad, me han preguntado: “¿Es usted escritor?”. He tenido que pensar unos instantes la respuesta. Al final, he salido por la calle de en medio: “Bueno, lo estoy intentando” ¿Qué le puede impedir a un niño, de sesenta años, soñar?. ¿Acaso perdemos la ilusión al salirnos canas, arrugas o perder el pelo?. ¿No tenemos el derecho a seguir teniendo proyectos, aunque sean difíciles de conseguir?
Me dicen que con la misma obsesión que me puse a devorar kilómetros, corriendo o marchando, hace veinte años, me he enfrascado en esta nueva pasión. Nacen ideas en mi cabeza sobre posibles argumentos para mis novelas. Me despierto de noche con ganas de bajarme a poner mis manos sobre el teclado del ordenador. Disfruto describiendo personajes y situaciones. Decido qué va a ocurrir, cómo, cuándo y a quién, en el laberinto argumental de mis novelas. Leo y releo, corrigiendo frases, expresiones y alguna que otra falta, ortográfica o sintáctica. Busco anomalías, defectos y cabos sueltos en la trama. En definitiva, disfruto y no hago daño a nadie.
Tengo en este momento en pre-circulación, dos obras. Un conjunto de cuentos ficción que me lleva a mi etapa de octogenario imaginando como será mi vida en ese año del futuro. Otra más al estilo de una novela formal con sus personajes, planteamiento, nudo y desenlace, también con una mezcla de realidad y ciencia ficción. Y para rematar, de momento, estoy en fase de creación de la tercera, que será otra novela, esta vez actual y sin ningún atisbo de ficción futurista.
Estoy aprendiendo los componentes de este nuevo ecosistema: escritores, correctores, lectores cero, editoriales, librerías, autopublicación, códigos ISBN, etc. Iré despejando incógnitas hasta saber si tengo algún futuro en este nuevo mundo.
De momento, tengo claro que nada, ni nadie, le puede impedir a un niño de sesenta años soñar con la llegada de los Reyes Magos y que le traigan el regalo que ha pedido: un pequeño prisma de base rectangular, con portada y contraportada. Dentro llevará escondidos letras y quizás algún dibujo. En algún lugar estará el nombre y la foto de ese niño grande, de rostro serio, el poco pelo cano, los ojos azules escondidos tras una gafas y algunas arrugas y ojeras que no quitan el brillo a la ilusión que atesora.
Curtido en miles de batallas, acostumbrado a pelear, a veces saliendo victorioso, otras derrotado, pero siempre resurgiendo con nuevas ganas. En mi nueva querencia por buscar el burladero de la literatura, visto mi mejor traje de luces y sombras. Espero impaciente la salida del toro para hacerle la mejor faena que pueda y dedicársela a los que me quieren. No aspiro a abrir la puerta grande, me conformo con algún aplauso. Estoy preparado para recibir división de opiniones, pitos o el lanzamiento de almohadillas. Tened por seguro que no agacharé la cabeza y que plantaré mi figura delante de los cuernos, sin miedo a lo que pase.