Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
En mi viaje interior en búsqueda de lo que soy como consecuencia de mi nuevo estado vital y profesional, hoy voy a detenerme en la generación del “baby boom” de la que inequívocamente formo parte, aunque solo sea como consecuencia de la fecha de nacimiento que pone mi DNI. Claramente esta publicación tiene que ser reivindicativa, todas las generaciones pasadas, presentes y futuras tienen el deber y el derecho a hacerse un hueco en la historia de nuestro país, pero especialmente nuestra generación: la de los nacidos entre 1957 y 1975. En la actualidad, se nos conoce peyorativamente como la generación que va a quebrar el sistema de pensiones cuando nos empecemos a jubilar en los próximos años. Y ello por el simple hecho de que a nuestros padres les dio por traer hijos al mundo, puede que por la ausencia de televisión o por el desconocimiento de los métodos anticonceptivos o simplemente porque la mortalidad infantil empezó a descender. También es cierto que nuestros padres venían de una infancia muy dura con muchas penurias y que gracias a su trabajo y esfuerzo, a movimientos migratorios interiores y exteriores, por fin empezaron a sacar la cabeza del barro. Había alegría por tener un futuro mejor y no había miedo por poder sacar adelante a familias con varios vástagos. Nuestra infancia y juventud fue mucho mejor que la de nuestros padres, pero sin excesos. Jugábamos en la calle con juguetes simples si los comparamos con los actuales: las chapas, las canicas, a guerras de indios, en las que se derribaba a las figuras de plástico a base de pedradas. Con suerte alguien disponía de un balón de reglamento y se podía echar un partido en algún descampado con porterías construidas a base de piedras agrupadas y equipos formados echándose “a piés”. Asistimos a la entrada en nuestros hogares de la televisión en “blanco y negro” con dos canales y horario reducido y por supuesto comprada a plazos. Otros electrodomésticos, como el frigorífico o la lavadora vinieron a simplificar la vida, especialmente de nuestras madres. Teníamos agua corriente en casa, pero solo agua fría, la caliente vino después. Fuimos una generación educada en una cultura de esfuerzo y recompensa a los que trabajaban duro y !ay de nosotros si no lo hacíamos!. En muchos casos, tuvimos la oportunidad de ser la generación de los primeros universitarios en nuestras familias. Asistimos, sin saber muy bien lo que significaba, a la apertura democrática y a otras aperturas que vinieron en ese lote. En medio de la crisis del petróleo seguía habiendo alegría en la calle porque se podía votar e íbamos a entrar en Europa. Y en ese escenario irrumpimos en el mercado laboral, con una formación teórica mucho mejor que la de cualquier generación previa, con un incipiente dominio de los idiomas que nunca consolidamos porque los aprendimos mayores. Fuimos ascendiendo a base a trabajar duro y echar horas. Antepusimos nuestros deberes a nuestros derechos. Sabíamos que primero había que dar para luego recibir. Quisimos una educación mejor para nuestros hijos, que nos les faltase de nada, les hablamos mucho de sus derechos sin hablarles tanto de sus deberes. Relajamos la disciplina del entorno familiar que nuestros padres sí impusieron con nosotros. Asistimos a innumerables cambios y mejoras tecnológicas. Y el mundo cambió radicalmente, hubo momentos en que nos creímos un mundo ideal y lo transmitimos a nuestros hijos y ahí llegaron las varias crisis económicas y tecnológicas, que nos derrumbaron y nos obligaron a levantarnos varias veces. A nosotros nos llamaron “baby boomers” y a nuestros hijos les llaman “millenians”. Las paradojas de la vida han querido que seamos los dos problemas mayores de las tasas de paro actuales en España. Como premio por los servicios prestados, llegados a nuestra cincuentena nos despiden o retiran prematuramente porque dicen que somos caros para lo que hacemos y que nos hemos quedados “outfashioned”. Nos reprochan falsamente que nos resistamos a abandonar las corbatas y que no seamos ágiles manejando las “sopas de letras” que constituyen el mundo laboral actual. Las leyes que van impulsando los políticos actuales, que estos días he tenido que aprender a la carrera, en vez de buscar soluciones para encauzar nuestra experiencia y dar una salida laboral productiva para nosotros como personas y para la sociedad en general, se empeñan en crear subsidios y bolsas de personas arrinconadas sin posibilidad de salir del agujero en el que han caído. Por ello, empiezo a pensar que habría que cambiar el nombre de los “baby boomer” y empezar a hablar de la generación zombie. No en vano, laboralmente nos hemos convertido en muertos vivientes, circula mucha sangre aun por nuestras venas, pero la quieren congelar y llevarnos como zombies hasta esa edad en la que sus leyes nos permitan jubilarnos. Eso sí, perdiendo porcentajes de nuestra futura pensión por nuestra situación en estos años finales de nuestra carrera profesional. Poco se tiene en cuenta la financiación que supusieron nuestras aportaciones al sistema durante mas de treinta y cinco años, en algunos casos incluso, más de cuarenta. Quizás nos falta la energía que derrochamos en los ochenta para plantar cara socialmente a este descalabro que se está cometiendo con nuestra generación. Si todos alzáramos la voz al unisono y saliéramos a la calle a lo mejor nos harían más caso, hoy en día si no eres “trending topic” o no tienes algún “influencer” en tus filas no vales nada. Y dentro de esta situación global, cada cual ve la fiesta de una manera diferente dependiendo de cómo le haya pillado su economía y sus cargas familiares personales cuando le haya llegado el “óbito” profesional. Hay quienes como yo, nos quejamos de que nos obliguen a vegetar los próximos tres o cuatro años, hasta que tengamos derecho a prejubilarnos, pero podemos seguir viviendo dignamente, pero hay quién realmente se tiene que apretar varios agujeros el cinturón para soportar esta nueva realidad. Todos me recomiendan que descanse y me dedique a mis hobbies y que me considere un afortunado por poder disponer de mi tiempo, pero una de las formas en las que puedo emplear mi tiempo es para denunciar esta situación injusta y reivindicar el papel de nuestra generación. No seremos nosotros los que extingamos las pensiones por el hecho de haber nacido y haber seguido vivos, sino aquellos que dicen dirigirnos y velar por nuestros derechos sociales, que teniendo la capacidad de ser creativos, buscar consensos y darle la vuelta a esta situación son incapaces de hacerlo porque solo están pendientes de mirarse su ombligo y analizar lo bien o mal que salen en la foto y en las encuestas..