Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
¿Sería posible retroceder en el tiempo y sentir cómo eramos en 1976?. Os lo creáis o no, a mí me ha sucedido.
El otro día mi hija mayor andaba rebuscando entre sus cosas, esas que aunque se vayan de casa siempre nos dejan como recuerdo, debe de ser para que no nos olvidemos de cuando vivían con nosotros. De repente, bajó las escaleras de la buhardilla con unas carpetas y unos cuadernos que había encontrado. Me dijo: “Esto debe ser tuyo, no se qué hacía entre mis cosas. Seguro que ni te acordabas de que lo tenías”.
Cuando tus hijos, mi hija mayor en este caso, te hablan como regañándote es cuando empiezas a ser realmente consciente del cambio generacional y que empiezas a estar en la tercera juventud. Solo que ya no son tus padres, sino tus hijos los que mandan en tu vida.
Abrí con cierta curiosidad, no lo niego, las carpetas y los cuadernos. Allí había textos manuscritos, de mi puño y letra juvenil y otros mecanografiados con correcciones de tipex y a mano (los “millennials” ni sabrán de lo que hablo). Muchos de ellos llevaban fecha y mi firma. Iban desde 1976 a 1981, aunque algunos rezumaban la añoranza del hogar y deberían corresponder al periodo de mi servicio militar en la húmeda Galicia (1981-1982). Empecé a leerlos con una mezcla de ilusión e intriga por retroceder a mis 17 años. Lo primero que me llamó la atención fue la diversidad de tipos de letra con los que escribía, a veces muy redondeada, otra más estilizada y muchas veces garabateada.
Un espíritu juvenil, como el mío en esos años, debió de pasar por muchos estados de ánimo que se traducían ineludiblemente en el tipo de su letra manuscrita. Había muchas poesías, algunos relatos, cuentos y hasta una obra de teatro a cuatro actos con descripción del escenario, los personajes y el diálogo. Las poesías eran más bien de desamor y soledad que siempre han sido buenas musas para los poetas.
También había una colección de romances de clara influencia lorquiana. Entre los papeles también descubrí carteos con alguna editorial para tratar de publicar alguno de mis poemas y la carta de presentación de una obra mía de teatro, de la que solo conservo el título, al Festival Internacional de teatro de Sitges (Festival que luego sería sustituido por el Festival de Cine de Terror, que aun sigue en la actualidad).
En definitiva, llevo unos días que, a ratos sueltos, abro mi particular cápsula del tiempo y me pongo a leer. He de confesar que algunas poesías me emocionan, y si no fuera porque se quién es su autor, le felicitaría.
He llegado a preguntarme si podría completar la colección con mi forma de ser actual. La respuesta definitivamente es no. A mis 17 años cantaba a la soledad, al desamor, al desengaño y al deseo de conocer al amor de mi vida. Hoy solo podría versar sobre el amor verdadero del que llevo disfrutando más de treinta y cinco años. En aquel entonces aún me faltaban cinco años para encontrarme con él. En mi pasado rebosaba ilusión, ganas de comerme el mundo y afán por descubrir y conocer. Hoy lo he cambiado por experiencia, aciertos y fallos, momentos buenos y algunos sinsabores. Antes mi vida transcurría por la poesía y las rimas, hoy solo me sale narrativa en prosa y ensayo. Ambas fotos existenciales comparten mi alma, antes era fuego de pasión, hoy es nieve de canas y pelos (árboles) caídos.
No todo el mundo tiene la suerte de encontrar su cápsula del tiempo (¡cuarenta y tres años después!) y poder ponerse en la piel y los zapatos de aquel entonces.
¡Que paradojas tiene la vida!. Estos días estaba acabando de corregir mi primera novela y de cerrar la portada, la sinopsis y todas esas cosas. Quería (y quiero) convertirme en un escritor novel con sesenta primaveras, treinta y cinco años de matrimonio, dos hijas y cuatro nietos. Resulta que con diecisiete años era ya aprendiz de poeta. Un poeta al que sólo yo leí y que ahora vuelvo a reencontrar para mi alegría y disfrute personal.
Como punto final a esta historia, os sugiero a todos los que tengáis buhardilla, desván, trastero o garaje, en vuestra casa, en la de vuestros padres o en la del pueblo, que rebusquéis, no vaya a ser que tengáis gratas sorpresas como lo que yo he recibido.
P.D. Aunque alguno lo pudiera estar pensando, lo que acabo de escribir es toda la verdad y nada más que la verdad. No es la trama inventada para una de mis próximas novelas.