Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
Si alguien me preguntara cuál quiero que sea el epitafio en mi urna crematoria, le respondería: “Persiguió sus imposibles”
Toda mi vida me he empeñado, y lo sigo haciendo, en buscar mis límites. Lo que la gente no entiende, es que esta búsqueda me produce doble placer. Por un lado, si no los encuentro cuando afronto un reto, me pongo contento y encantado de haberme conocido. Por otro, cuando en alguna ocasión me he topado con alguno de esos límites personales, también disfruto. El encontrar un límite es una razón más para seguir peleando y tratar de superarlo en una segunda, tercera o enésima oportunidad.
En estos últimos meses de vida cambiante sigo persiguiendo nuevos imposibles. Por un lado, tengo que reinventar o al menos reorientar, mi faceta pseudo-profesional o laboral. Me he fijado un nuevo imposible, que no es otro que plasmar todas mis ideas y pensamientos en el blanco y negro del papel.
En mi quizás imposible camino hacia la escritura, ya he acabado mi “opera prima”, basada un un conjunto de relatos futuristas que me pillarían siendo un octogenario. Ahora estoy tratando de averiguar si habrá alguien interesado en su publicación y lectores capaces de soportar su lectura. Por si no fuera suficiente, en paralelo me he embarcado en mi proyecto novela. Consumo gran parte de mi tempo en inventar personajes, crear diálogos y situaciones y seguir un hilo argumental que conste de planteamiento, nudo y desenlace.
Mientras, trato de aprender, no solo a escribir, sino a manejar esos grandes desconocidos que son los signos de puntuación.
El tiempo dictará si tardo mucho o poco en encontrar mis límites en este nuevo imposible. A la vez, también me estoy teniendo que enfrentar a otro imposible personal, que no es otro que no tener que abandonar mi extremada vida deportiva anterior.
Hace solo seis meses un doctor, tras ver la resonancia de mi cadera derecha, me dijo que debía dejar de correr y pasar a hacer vida semisedentaria. Lo único que acerté a decirle fue: “Eso no es algo que este dispuesto a oir”. Él solo supo añadir: “Pero eso es lo que yo tengo que decirte”. “Entonces no tenemos mucho mucho más que hablar”, le contesté. Le di la mano cortésmente y nos despedimos para siempre.
Tras buscar un médico, en esta ocasión también corredor y especialista en cadera, llevamos unos meses persiguiendo mi otro nuevo imposible que es volver a correr alguna distancia, si no ultralarga como hace apenas un año, si el menos larga, digamos un maratón. De momento, ya he llegado a correr una media maratón y seguimos en la lucha.
El tiempo asimismo dirá, cuál es mi nuevo límite en esta resurrección como corredor.
Mientras siga vivo o en uso de mis facultades, no pienso dejar de tener una lista de imposibles personales, esperando que aborde el reto de perseguirlos. Por solo citar algunos podría hablaros de ser conferenciante, firmar libros en una feria, llegar a las diez mil visitas en mi página web, correr un triatlón, volver acercarme a correr una prueba de cien kilómetros o acabar el camino de Santiago. Aunque esto último quizás lo logre antes de fin de mes.
También sigo buscando mis límites en mi relación de pareja tras treinta seis años de convivencia. Aun no los encontré, pero si sucediera, tendría una razón para volver a encender la llama y seguir enamorado.
Por supuesto, de vez en cuando disfruto de periodos de descanso en mis zonas de confort, pero no se puede vivir permanentemente en ellas, so pena de caer en la monotonía, el aburrimiento y el principio de una posible depresión.
En definitiva, tenemos el deber y el derecho a vivir persiguiendo nuestros imposibles y sus límites. Yo al menos, no estoy dispuesto a dejar de hacerlo, llueva, truene o salga el sol.