Nunca sabrás tus límites si no te empeñas en encontrarlos
Fin de un Camino tras quince años
Hay proyectos que duran casi una vida. Este solo me ha llevado 15 años junto a mi inseparable compañera. Cuando recorrimos los últimos metros, dejamos atrás 31 etapas y 732 km.
Algunos que compartieron algun trozo de este Camino, ya nos han abandonado. Otros que no existían, se han incorporado a nuestras vidas y a nuestro corazón. Nos hizo sol, lluvía, frío y a veces nieve.
Reimos y también sufrimos. Lo mejor, al final de cada etapa, el reponer fuerzas en buena compañía y reirnos de lo sucedido durante el día.
Junté mi sudor con el de todos los que caminaron en algún momento junto a nosotros, busqué el alma de los que partieron y abracé al Apóstol.
En estos quince años he aprendido a vivir, viviendo, a caminar, caminando, a amar, amando, a perdonar y pedir perdón haciéndolo. Así he descubierto que sigo aprendiendo a morir, NO MURIENDO.
Cada proyecto en nuestra vida, mientras está en curso, nos da razones para aprender a vivir. Cuando se acaba, da sentido a nuestra vida, ya sea en forma de satisfacciones personales o de lecciones aprendidas. O lo que sería mejor, de ambas cosas. En cada proyecto vital, por duro o tortuoso que sea, debemos poner pasión, aprender, enseñar, conocer nuevas personas, a veces hacer nuevos amigos. También es probable que debamos tolerar el sufrimiento, sobrevivir y caernos al suelo antes de volvernos a levantar. Pero por encima de todo, cada proyecto es una nueva oportunidad para vivir y seguir trazando nuestro camino. No debemos consentir tener una vida sin proyectos abiertos. cada vez que acabemos uno, debemos buscar otro y empezarlo.